lunes, 2 de septiembre de 2013

"Plasencias" de Álvaro Valverde: La luz de una sabia codicia

Hay una expresión plural de los espacios habitados por nosotros mismos que es la que mejor marca la distancia y, en especial, la más pura y fatal de todas las distancias, quizá la única que deba ser tenida en cuenta porque ningún esfuerzo puede cubrirla, al margen del artificio de la imaginación: justo la que nos marca el paso arrebatado del tiempo. No he conocido en muchos años, un libro que plantee tan ordenada y pulcramente su apuesta por encontrar esta expresión de todos los que fuimos como Plasencias, la última entrega de mi admirado Álvaro Valverde.
Reflexionar sobre el lugar acotado que ha sido nuestra propia vida y codiciar con tanta ilusión la forma de citarse con el pasado, de escudriñar en el recuerdo y señalar ese destino que anidaba ya entonces dentro del que fuimos para conjugarlo con el sorprendente futuro que acabó por imponerse, siempre a través de la palabra pesada en la frágil balanza de las emociones, es una  delicada labor que consigue encendernos un cúmulo de sensaciones reconocidas y ajenas, aproximadas a nuestra experiencia dormida que se ilumina con una lectura enriquecedora. Se trata de una experiencia que, como todo lo importante, nos resulta tan difícil de explicar como fácil de sentir.
No es la primera vez que la inquietud de Álvaro Valverde contempla los nobles muros de su ciudad natal. Ya sabemos que se trata de un recurso hábil y antiguo, difícil de aplicar pero que si es dominado por el pulso del poeta, le permite cosechar el éxito de frecuentes hallazgos que explican mejor lo sucedido y que sorprenden tanto a él como al lector más escéptico o malintencionado al que pueda enfrentarse. Es como si la vida se escribiera de nuevo y el recuerdo llegara desde un punto alejado de su yo, desde una especie de fértil memoria compartida.
Álvaro refiere la voz poética -una y otra vez- hacia un lugar real, pero también hacia una ciudad más real aún que la que sigue habitando por la eficaz distorsión del olvido. Se dirige hacia un  escenario paradójico, próximo e inerte que es propio y ajeno a la vez, hacia un espacio escondido y poblado por los seres más queridos, por esas cosas vivas que nos están mirando y cantara la juventud de Ángel Crespo o por la simple indiferencia natural del tiempo. Incluso se percibe esporádicamente, en alguno de los lugares descritos, una presencia extraña que aún no ha podido descifrar la lucidez del autor.
En este precioso libro, la contemplación de nuestro paso en el  camino, en el espacio habitual o en el paisaje doméstico engendra una nueva luz. En realidad, lo que hace el autor es atender al viejo sortilegio de la mejor poesía contemporánea. Wallace Stevens publica su primer libro con 44 años quizá porque pensaba que perdida la fe en Dios (que no necesariamente la creencia), nos encontramos con un espacio vacío que solo puede cubrir la poesía. La fe del poeta abandonado a su suerte, se convierte así en una actitud, en una sabia codicia y como la fe católica, la misma que Bergoglio comenta en su reciente Lumen Fidei, la fe que sostiene en la poesía es una luz para sus ojos, para los ojos del alma que son muchas veces los ojos de un recuerdo meditado y preciso que trasciende a los demás.
El ejercicio de sencillez y autoridad que Álvaro Valverde desarrolla en este libro editado y escrito en Extremadura me ha llenado de satisfacción y orgullo.